Tomado de: RFI
Se llama Maurice, tiene cuatro años, 2,5 kilos de peso y un canto que desvela a sus vecinos, una pareja de jubilados del suroeste de Francia que ha acudido a la justicia para poder dormir por las mañanas.
Maurice vive en la isla de Oléron, donde se ha convertido en una celebridad por la repercusión que ha tenido el juicio a su propietaria por “molestias anormales para el vecindario”.
Los vecinos, que ocupan una casa de fin de semana, empezaron su ofensiva contra Maurice en 2017, primero con el envío de cartas a la dueña para callar al gallo y luego apelando a agentes judiciales, antes de llevar el caso a la Justicia.
Corine Fesseau, la propietaria del ave, no sólo desoyó el pedido por silenciarlo, sino que respondió lanzando un petitorio intitulado “Hay que salvar al gallo Maurice de la isla de Oléron”. Su llamado obtuvo 120.000 firmas solidarias.
La alcaldía decidió tomar partido por Maurice y emitió un decreto municipal recordando el “carácter rural” de la zona. El alcalde se dice harto de las quejas de los veraneantes por el tañido de las campañas de la iglesia o los barcos de pesca.
Al mismo tiempo, el alcalde de otra localidad del suroeste, Gajac, pidió al gobierno que declare los sonidos del mundo rural (ladridos, mugidos, rebuznos, trinos…) como parte del “patrimonio nacional” y de este modo ponga fin a este tipo de quejas que terminan en los tribunales.
El conflicto de fondo es el choque entre los habitantes del mundo rural y quienes llegan allí huyendo de la ciudad en busca de silencio y descubren que el campo tiene sus propios ruidos.