Leonardo Melgarejo (1)
UCCSNAL
La salud se refiere a un equilibrio dinámico, un metabolismo en constante evolución que articula simultáneamente todas las células de un organismo, todos los organismos de un ecosistema, todos los ecosistemas de un bioma y todos los biomas de este planeta. Desde esta perspectiva, la salud corresponde al mantenimiento de un nexo gigantesco que, una vez fracturado en cualquier punto de su continuidad, abre espacios para mecanismos de degradación que, de no ser controlados, se extenderán a niveles cada vez más amplios.
Una sola salud. Este es el concepto que debemos comprender.
En pocas palabras: el fallo operativo de una parte compromete la funcionalidad del todo.
Desde la alteración en el funcionamiento de una sola célula hasta la tala de un bosque, si la actividad destructiva no se corrige o compensa de alguna manera mediante las actividades de otras partes del sistema (otras células u otras áreas del bosque), la decadencia tenderá a expandirse, amenazando la integridad de todo el complejo (órgano/sistema/organismo/bosque), donde la parte es solo eso: una parte.
Y si esto ocurre, cabe esperar impactos indirectos en otros organismos (o complejos) asociados a esa primera parte, o que interactúen con ella a lo largo de su ciclo vital.
Lo que ya sabemos sobre las alteraciones hormonales y genéticas causadas en humanos por las moléculas de plaguicidas revela la dimensión social de estas desigualdades. Imaginemos una alteración en el proceso de división celular que afecta al desarrollo de un feto o un bebé como consecuencia de la presencia de algún herbicida en la sangre o la leche materna, y las repercusiones que esto tiene para toda la familia en sus diferentes entornos.
La similitud se hace evidente desde la perspectiva de los holobiontes. El debilitamiento o la ruptura de las redes metabólicas que, en conjunto, sustentan ecosistemas específicos, al afectar la estabilidad y las funciones de los grandes biomas a mayor escala, compromete todo lo que depende de sus conexiones. Consideremos que la deforestación y el envenenamiento de suelos, aguas y redes vitales, a raíz del ecocidio desatado en la región amazónica, son la raíz de procesos destructivos tan generalizados que ya están causando tragedias climáticas en el sur de Brasil y Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay.
Además, los incendios forestales y otras formas de degradación de los ecosistemas naturales, fomentadas en favor de intereses económicos relacionados con la ganadería extensiva y los monocultivos de exportación (minería, grandes represas, etc.), además de acelerar el calentamiento global, están provocando la propagación de enfermedades zoonóticas (como la COVID-19, la gripe aviar, la gripe porcina y el VIH/SIDA) y otros tipos de violencia y contaminación que, en conjunto, crean zonas de sacrificio poblacional donde los derechos humanos ya han dejado de existir (o están a punto de dejar de existir).
La salud es un aspecto fundamental y, cuando no existe cura posible, las medidas deben ser preventivas y de precaución.
Para citar solo un ejemplo revelador de la posible magnitud de las relaciones entre lo micro y lo macro: una microalga (la cianobacteria Prochlorococcus) presente en el 75 % de las superficies oceánicas iluminadas por el sol («el organismo fotosintético más pequeño y abundante de la Tierra»), que actualmente genera (mediante la fotosíntesis) cerca del 50 % del carbono que alimenta las redes tróficas de los mares tropicales, y que, por lo tanto, es fundamental para toda la vida marina, deja de multiplicarse a 28,7 °C y tiende a desaparecer cuando la temperatura del agua superficial supera los 30 °C. Los pescadores de Salvador (BA) desconocen esto, pero están a punto de afrontar las consecuencias de la destrucción de ecosistemas indispensables para este microorganismo, tan invisible como fundamental para su subsistencia.
Con la normalización del negacionismo y ante la evidencia de que siete de los nueve límites de resiliencia metabólica planetaria ya se han superado, parece que quedan pocas alternativas al caos.
Pero esto solo será cierto si no hacemos nada, colectivamente, para cambiar las tendencias que nos preocupan. Si permitimos que el deterioro de la salud planetaria amenace la extinción de nuestra especie. Y hay muchas personas trabajando en la microesfera, con la posibilidad de contener lo que vemos manifestarse en la macroesfera, con quienes podemos colaborar. De hecho, ni siquiera necesitamos innovar; solo necesitamos apoyar y seguir a quienes lo están haciendo.
Con plena conciencia, teniendo en cuenta que será necesario confrontar los intereses que se benefician de la concentración y el uso depredador de la tierra, la degradación del agua y los ecosistemas, la reducción de la biodiversidad, la contaminación química, el uso excesivo e inaceptable de fertilizantes y pesticidas, la acidificación de los océanos y, obviamente, el consumo de energía y recursos que aceleran el calentamiento global, así como la difusión de mentiras destinadas a engañar, desmovilizar y frenar las reacciones en defensa de la vida.
¿Es mucho pedir? Bueno, también es posible contribuir eficazmente haciendo pequeñas cosas y ayudando a informar y motivar a otras personas que tal vez desconozcan la crisis que estamos viviendo y que quizá solo necesiten recordatorios insistentes para comprometerse a defender su propia salud. Quién sabe, tal vez incluso, al menos, eligiendo mejor a sus/nuestros representantes y eliminando a los negacionistas de la escena política en las elecciones de 2026.
Quizá los debates en la COP30 puedan ofrecer algunas oportunidades innovadoras al respecto. Pero tampoco en esto podemos engañarnos. Si existe una solución a la crisis de salud planetaria, provendrá de la sociedad organizada y no de gobiernos o estados secuestrados por los intereses que la financian.
Las soluciones que suelen ofrecer estos grupos son, por lo general, falsas. Ahí tenemos a AgroPop con sus pesticidas y transgénicos, los viajes de Musk a Marte y los coches
eléctricos, las compensaciones ambientales, RED++, el hidrógeno verde y las propuestas de geoingeniería y fertilización oceánica, entre tantos otros ejemplos de megaexperimentos donde nos tratan como conejillos de indias.
Cada vez que el capitalismo del desastre innova, lo hace para intentar mantener o extender su dominio, lo que ha provocado que nuestros problemas reales se agraven y multipliquen.
Sabemos que la financiarización de todo es una especie de jinete del Apocalipsis, y que la solución definitiva reside en cambiar nuestros hábitos, sueños, deseos y valores. También es evidente que necesitaremos otros líderes, más comprometidos con detener la sangría con la que el Imperio y sus socios nos exprimen. Esto nos afecta a todos, a los pueblos de Sudamérica y a otros como nosotros. Al mismo tiempo, necesitaremos desenmascarar a los traidores que actúan como transmisores de las intenciones que nos aprisionan y desenmascarar las metáforas con las que nos engañan.
Por ejemplo, todos debemos comprender que los plaguicidas matan y que los países centrales —aquellos que nos deben dinero pero nos explotan, incluso cuando alegan buenas intenciones, como al crear áreas de reserva ambiental en sus territorios para ayudar a contener el calentamiento global o al importar nuestros productos agrícolas y minerales para mejorar nuestras cuentas nacionales— operan con objetivos e intenciones ocultos que siempre les benefician, pero que pueden ser terribles para nosotros. En esos casos, por ejemplo, por lo general, las naciones ricas nos exportan extinciones. Nos transfieren la carga de degradar lo que existe aquí, para la generación de bienes de su interés y a costa de la salud de nuestra gente y nuestros ecosistemas. Se trata de externalizar los costos ambientales con un impacto similar al de la venta de plaguicidas prohibidos en sus territorios, encubiertos entre nosotros por sus representantes en nuestra tierra. Y en la COP 30, así como en esas reuniones del Congreso donde aprobaron la flexibilización de las leyes ambientales y el paquete de medidas contra los plaguicidas, esto siempre estará en juego.
Desde esta perspectiva, confío más en los resultados que promueven la salud del ecosistema, los cuales se pueden obtener mediante actividades propuestas por la sociedad y respaldadas por los gobiernos en el poder, que en acuerdos impuestos desde arriba, alejados del pueblo y validados por una tecnociencia siempre sesgada al servicio del capital.
Por un lado, entiendo que solo las actividades construidas por la sociedad pueden contribuir a la concientización de quienes participan, de manera que movilicen a la gente en acciones que requerirán sacrificios. Y serán necesarios cambios radicales en el modelo de consumo. Cambios de comportamiento tan numerosos y profundos que quienes no comprendan el panorama general encontrarán motivos para quejarse y podrían movilizarse en defensa de aquello que necesitamos cambiar.
Por lo tanto, dado que la herramienta principal en este campo será la concientización, será necesario mejorarla mediante la identificación colectiva de problemas, con priorizaciones y decisiones negociadas por activistas comprometidos con la construcción de una ciencia digna, verdaderamente orientada al ciudadano y tan atenta a las innovaciones como respetuosa de la historia, la cultura y las tradiciones de nuestros pueblos.
Y contamos con numerosos ejemplos de progreso en este sentido.
Brevemente, cabe mencionar que hace dos semanas, los agricultores asentados en Rio Grande do Sul celebraron 40 años de ocupación de la Finca Annoni. En ese lugar, donde las familias ahora gestionan cooperativas, escuelas y diversas actividades productivas, los jóvenes se sienten atraídos por la calidad de vida y prefieren quedarse en el campo en lugar de emigrar a las ciudades. Algunos incluso se marchan, pero regresan.
Allí, el Instituto Educar ya ha formado a cientos de profesionales en agronomía, con especial énfasis en agroecología. Los jóvenes que se forman en esa zona reformada son capaces de contribuir a la construcción de una sociedad emancipada, consciente de sus responsabilidades y comprometida con la necesidad de transformaciones en defensa de la vida.
En esa reunión conmemorativa (el 24 de octubre), el Ministro de Desarrollo Agrario, Paulo Teixeira, anunció acuerdos y solicitó sugerencias para la implementación del Programa Nacional para la Reducción de Plaguicidas (PRONARA), recientemente aprobado por el Presidente Lula. Una antigua demanda de la sociedad civil, finalmente acogida por el Gobierno Federal, PRONARA comienza a establecer sus protocolos de acción. Confiamos en que contribuirá a que la sociedad y el gobierno implementen medidas efectivas para proteger la salud humana y ambiental, con incentivos para la producción de alimentos limpios. También esperamos una reducción de las amenazas a la salud de las poblaciones que residen en zonas de sacrificio, definidas como tales debido a la aplicación de plaguicidas prohibidos en la Unión Europea desde hace décadas y que actualmente se utilizan en Brasil. Sin embargo, sabemos que todo esto sigue siendo objeto de controversia y que la perspectiva más favorable prevalecerá en las elecciones de 2026. En este momento, la perspectiva negacionista, sumisa y protofascista predomina en el Congreso Nacional, operando a favor de los intereses del imperio y en contra de la salud del planeta, y debemos cambiar eso.
En resumen:
Debemos confiar en nuestra gente para emprender acciones integradas en defensa de la salud humana y ambiental, comprendiendo que forman parte de una unidad indivisible.
Somos de Sudamérica y no tenemos miedo. Cada día es un día para vivir.
(1). Editorial publicado en Brasil de Fato, y traducido por Naturaleza con Derechos.