Boletín No. 7: ¿Las bacterias tienen derechos?

Existen millones de bacterias en nuestro cuerpo y el planeta. No las vemos ni sentimos, pero están vivas, por todas partes, trabajando cooperativamente por mantener los ciclos de la vida y la salud humana. Son fascinantemente diversas y creativas, piedra angular de la vida florecida en nuestro pequeño hogar planetario. Sin embargo, la mayor parte de la humanidad tiene un pésimo concepto de ellas.

Desde que el científico francés, Louis Pasteur, descubrió a mediados del siglo XIX que ciertas bacterias son los agentes causales de muchas enfermedades  hemos estado inmersos en una especie de guerra con ellas. Esa primera impresión de las bacterias nos afectó profundamente y de ahí para adelante la sociedad occidental sólo tuvo ojos para su patogenicidad. Fue una reacción comprensible, por cierto.

Cuando el inglés Alexander Fleming descubre los antibióticos a fines de los 1920s, no fueron vistos como un bien terapéutico universal que tenía que usarse con responsabilidad y sabiduría, sino como las balas mágicas para eliminar a esas “enemigas” invisibles.

Hoy las nuevas ciencias nos han mostrado que si bien un cierto número de bacterias pueden enfermarnos, la inmensa mayoría de ellas constituye la base de la salud del planeta y del ser humano. Sin embargo, la mayor parte de la humanidad, así como de la medicina occidental siguen atrapadas en la metáfora de la guerra, la cual es uno de las detonantes más importantes de la resistencia bacteriana a los antibióticos y la reemergencia de las enfermedades intratables[i].

Hoy el fenómeno de la resistencia a los antibióticos, la emergencia de nuevas enfermedades y la vida misma nos exigen dar un giro en nuestras concepciones: construir una imagen más clara de las bacterias, sentir su presencia, conocer lo que invisiblemente hacen. Y quizá reconocerles como seres vivos con derechos y empezar una nueva historia.

¿Quiénes realmente son las bacterias?

Acerquémonos con ojos infantiles al mundo invisible de las bacterias y veamos quiénes son, a la luz de las nuevas ciencias y los saberes ancestrales:

  1. El primer brote de vida sobre el planeta fueron las bacterias hace 3.500 millones de años. Ellas inventaron todos los procesos asociados a la vida en la Tierra de hoy, desde la capacidad para aprovechar la luz solar y generar materia orgánica hasta la capacidad de fijar nitrógeno en el suelo para fertilizarlo. Las especies vivas contemporáneas, de una u otra forma, sólo hemos recibido la herencia biológica de las bacterias. “Son nuestros primeros padres y madres”[ii][iii].

De lo anterior se desprende una verdad incontestable, que “las flores perfumadas son nuestras hermanas. El venado, el caballo, la gran águila; estos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a una misma familia”[iv] con los microorganismos contemporáneos, una familia creada por los microorganismos que pasaron por la Tierra y los elementos del universo.

  • Hay que saber que cada esbelta mata de maíz alzándose al cielo, “cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques, cada altozano”[v] y hasta las alas de cada insecto, sagrados para el movimiento ecologista, están atiborrados de bacterias. En lo invisible, constituyen una parte impresionante de la biomasa del planeta, levemente por debajo de la de todas las plantas y los animales. Vivimos, nos movemos y existimos en un océano de bacterias. ¿Cómo podemos ignorar ese océano?, ¿o su rol en nuestra supervivencia y en la economía global?
  • En el espíritu del dirigente indígena Noah Seattle, podríamos susurrar que “el viento que les dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida”[vi] y que recibe sus últimos suspiros fue obra de las bacterias. Gracias a su silencioso trabajo, el nitrógeno, el carbono, el fósforo y el oxígeno se mueven en ciclos y alimentan a todas las vidas de la Tierra. Pero el ‘hombre civilizado’ en el antropocentrismo despótico pretende ignorar que “el trabajo más pesado lo hacen nuestros socios invisibles, verdadero proletariado natural… miles de millones en cada cucharada de tierra”[vii].
  • Las bacterias son parte del organismo humano, están implantadas casi en todos los órganos y son más numerosas que las propias células humanas (39 billones). ¿Qué hacen en el cuerpo estas multitudes de criaturas microscópicas llamadas microbioma? Buscan alimento, se multiplican y trabajan para el ser humano degradando nutrientes en el intestino delgado, entrenando al sistema inmunitario o produciendo los neurotransmisores de la felicidad, entre numerosas funciones que recién se están empezando a conocer. El microbioma es parte de lo que somos, como la piel, los ojos o los latidos del corazón.

No obstante, desde hace algunas décadas, el cuerpo del ‘hombre civilizado’ ha dejado de ser un buen lugar para vivir y prosperar como bacteria, debido al consumo indiscriminado de antibióticos, los alimentos con residuos tóxicos y los comestibles industrializados. Cuando los territorios humanos se contaminan, las bacterias endémicas se van o se extinguen y surge una pléyade de nuevas enfermedades asociadas a su ausencia[viii]. Ciertamente, las bacterias deben añorar los tiempos en que el cuerpo humano era un buen lugar para vivir y ser felices, pero el cuerpo humano debe añorarlas todavía más.

  • Las bacterias del microbioma humano contienen 3,3 millones de genes, casi 150 veces más que los 23.000 del genoma humano3. Aún no se conoce cuánto influye este material genético en nuestra salud y nuestras vidas, pero se sospecha que este conjunto millonario de genes nos permite adaptarnos a los cambios ambientales. Son como las manos de nuestras madres, que no vemos, que incluso desconocemos, pero que siguen ahí moldeando nuestro cuerpo, alimentando el brillo de nuestras miradas y hasta los pensamientos.

¿Pueden existir seres sin derechos?

El ‘hombre civilizado’ se llama a sí mismo homo sapiens, que en latín significa hombre sabio, pero contradictoriamente no se permite la sabiduría de experimentarle al planeta como una Madre amorosa que nos provee y a las otras criaturas como sus hermanas y hermanos. De la misma forma, a pesar de los esfuerzos de las ciencias por mostrarle su inmenso valor para la vida humana y planetaria, trata a las bacterias como seres unicelulares sin importancia que nada comprenden. Le resulta inconcebible pensar en una relación fraternal con ellas.

Pero qué sería de la humanidad sin las bacterias. Si fueran exterminadas, todos moriríamos, porque lo que les suceda a las bacterias también les sucederá a las personas humanas. Estamos entramados, la Vida es un soplo común que se comparte por igual entre el microbio y el homo sapiens.

Los “pueblos originarios sabemos que en el suelo hay microrganismos”, sostiene la dirigente sura-aymara Toribia Lero. “Si ellos son los que dan vida a nuestros territorios, tenemos el deber de cuidar ese equilibrio”[ix]. Por ello, cuando algunas personas minimizan o nos piden pasar por alto lo que les está pasando a las bacterias, sepan que nos están pidiendo demasiado. El mundo debería imitar el ejemplo de los pueblos indígenas que aprendieron de experiencias de destrucción de la biodiversidad en tiempos pasados y rectificaron sus concepciones y conductas.

Las ansias de vivir son obstinadas: en diversos puntos del planeta, millones de personas reconocen formalmente los derechos de la Madre Tierra, la Amazonía[x] y los ríos[xi]. La Madre Tierra es una “comunidad única, indivisible y autorregulada de seres interrelacionados”[xii], escribieron los pueblos del mundo reunidos en Cochabamba, Bolivia, en la Conferencia sobre Cambio Climático y Derechos de la Madre Tierra (2010).

Aquí nos preguntamos, si las bacterias son el corazón ecológico del planeta, ¿no se les debería reconocer paralelamente derechos, ya que los derechos humanos, los derechos de la Madre Tierra y el reconocimiento de las bacterias como seres con derechos son facetas de una sola realidad indivisible?

No estamos sugiriendo dejar las enfermedades sin tratar o no utilizar antibióticos, lo que sugerimos es reconocer el valor de las bacterias, su vida, sus funciones y su destino evolutivo. Sugerimos utilizar antibióticos con sabiduría a fin de minimizar el daño, porque el daño se devuelve contra nosotros, los humanos. Sugerimos estudiar las presiones sociales, ecológicas y evolutivas de la enfermedad y buscar alternativas. Sugerimos abrir un diálogo sobre lo que usar los antibióticos con sabiduría realmente significa.

Como dice el periodista inglés Ed Yong en su libro ‘Yo contengo multitudes’, “cuando comenzamos a entender nuestros microbiomas, nuestra simbiosis, nuestros ecosistemas internos, nuestras multitudes asombrosas, cada caminata se llena de oportunidades para el descubrimiento”[xiii].

“Ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que las bacterias son nuestras hermanas y también las suyas”, diría el espíritu de Noah Seattle. “Por lo tanto, deben tratarlas con la misma dulzura con que se trata a una hermana”. Porque de la mano de las bacterias, quizá podamos a reconocer a la Tierra como una Madre y salvar innumerables vidas humanas. “Cada parte del mundo está llena de asociaciones que han estado jugando durante millones de años, y eso ha afectado toda la flora y fauna que conocemos”[xiv].

Nuestra relación con las bacterias empezó mal y continúa mal, pero puede cambiar. Reconocerles derechos podría ser un buen paso en la construcción de una nueva relación entre la humanidad y las bacterias, una relación centrada en la armonía.


[i] Gillings Michael, ‘Los microbios son buenos chicos’, en ‘Uso apropiado de antibióticos y resistencia bacteriana’, ReAct Latinoamérica, 2014. Disponible en: http://react-latinoamerica.org/index.php?option=com_jdownloads&task=download.send&id=10&catid=3&m=0

[ii] Romero D, ‘Fernando Baquero’, Agenda Viva 12, 2008, p 18-23. Disponible en: https://issuu.com/fundacionfrf/docs/n_12_verano08

[iii] Camey Donato, ‘Cosmovisión maya: salud y resistencia bacteriana’, en ‘Restablecer la salud de los ecosistemas para contener la resistencia bacteriana’, ReAct Latinoamérica, 2008. Disponible en: http://react-latinoamerica.org/index.php?option=com_jdownloads&task=download.send&id=6&catid=3&m=0

[iv] Seattle N, ‘Después de todo, quizá seamos hermanos’, 1854.

[v] Idem.

[vi] Idem.

[vii] Boff L, ‘La ilusión de una economía verde’, Servicios Koinonía, 2011. Disponible en. http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=458

[viii] Blaser M, ‘Missing Microbes. How Overuse of Antibiotics are fueling the modern plagues’, 2014.

[ix] Lero T, disertación en el Seminario ‘Comprendiendo la resistencia a los antimicrobianos, cuidando la salud de la Madre Tierra, sanándonos’, Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, 2018, relatoría de ReAct Latinoamérica.

[x] Gudynas E, ‘Colombia reconoce los derechos de su naturaleza en su Amazonía’, ALAI, 2018. Disponible en: https://www.alainet.org/es/articulo/192087

[xi] Clavijo F, ‘Esto es lo que tienen en común Colombia, Nueva Zelanda e India’, Revista Semana, Colombia, 2017. Disponible en: https://www.semana.com/nacion/todo-lo-que-debe-saber-sobre-la-marcha-del-primero-de-abril/articulo/que-tienen-en-comun-colombia-nueva-zelanda-e-india/551271

[xii] Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre, ‘Declaración Universal de los derechos de la Madre Tierra’, Cochabamba, 2010. Disponible en: http://www.rightsofmotherearth.com/derechos-madre-tierra

[xiii] Yong E, ‘I contain multitudes: the microbes within us and a grander view of life’, 2016, p 264.

[xiv] Idem.

Uno de los acontecimientos más importantes para el inicio de la vida fue la formación de la membrana externa. Este hecho permitió que poblaciones de moléculas, capaces de replicarse (posiblemente de ARN) y que estaban libres en el medio, se concentren dentro de una sola unidad. Las membranas, están formadas por proteínas y lípidos, permiten que ciertas moléculas entren y salgan.

Las primeras células obtenían la energía de la síntesis de materia orgánica o partir de compuestos inorgánicos presentes en el medio, los mismos que venían de compuestos del propio mineral o del medio circundante. La semiesfera se transformó en esfera y luego se dividió cuando el material de replicación se dividió a su vez. Así, aumentó la cantidad de ácidos grasos que conforman la membrana. Los cromosomas permitieron que unos genes estén incorporados a otros, pero no hay información suficiente de cómo surgieron. En un inicio los genes eran moléculas de ARN.

Se cree que un estadio intermedio, antes de que surjan las verdaderas células estuvieron las “semi-células”, minúsculas ampollas alijadas sobre superficies minerales. Las cianobacterias son algunas de las formas de vida más antiguas del planeta, y posiblemente son las responsables de emanar oxígeno a la atmósfera, lo que hizo posible la vida en la Tierra.

Se cree que las células eucariotas -que poseen organelas en su interior- fueron el resultado de lo que se llama “endosimbiosis”, proceso a partir del cual bacterias purpúreas y cianobacterias entraron a formar parte de la célula; estas mantuvieron parte de su información genética, y la otra parte pasó al núcleo central, para formar las mitocondrias (órganos a través de cual, la célula respira usando O2y generando CO2) y para realizar la fotosíntesis (aprovechamiento de la energía solar para formar azúcares y O2a partir del CO2).

Ahora, las bacterias habitan en casi todos los hábitats del mundo. Por ejemplo, en los manantiales termales submarinos ricos en ácido sulfhídrico y altas temperaturas, la base de la pirámide alimentaria está constituida por bacterias que fabrican sus propios alimentos, utilizando como fuente de energía el ácido sulfhídrico mediante el proceso llamado quimiosíntesis, y que permiten la vida de distintos tipos de gusanos (en cuyos tejidos alojaban bacterias, formando una simbiosis) almejas y mejillones y otros organismos marinos.

Recientemente se descubrió que una especie de cianobacteria que puede vivir a más de 600 metros bajo tierra, en ausencia de luz solar, en la región de Río Tinto en España, con paisaje comparado a Marte. En un pozo de 613 metros en ausencia de luz, se encontró cianobacterias. Aunque en el pasado se había encontrado en esta área, otras bacterias que viven muy por debajo de la superficie, las cianobacterias son diferentes, porque son organismos fotosintéticos, por lo que necesitan luz solar para obtener la energía necesaria para vivir. Estas diminutas criaturas consumían gas hidrógeno.  

 

Fuentes:

Fernando Puente-Sánchez et al. Viable cyanobacteria in the deep continental subsurface, Proceedings of the National Academy of Sciences(2018).

Pantoja Alor Jerje y Gómez Caballero José. 2004. Los sistemas hidrotermales y el origen de la vida. Ciencias. Julio-septiembre. Número 5. Universidad Autónoma de México. pp. 14 – 22.

ReAct – Latinoamérica

Un abultado número de estudios recientes demuestran que las bacterias actúan, la mayor parte del tiempo, no como individuos, sino como comunidades, incluso comunicándose entre ellas para decidir su curso de acción, lo cual indica la necesidad de una perspectiva ecológica para lidiar con ellas.

Los microbios son los organismos vivientes más antiguos y numerosos de la Tierra. Se estima que el peso combinado de todos los microorganismos alcanza un 80% de la biomasa de la Tierra. En cierta manera, todas las especies “visibles” se encuentran flotando en un mar de microorganismos “invisibles”, siendo estos últimos fundamentales en la evolución de los primeros.

La actividad microbiana es esencial para la supervivencia de la vida en el planeta y la cantidad de bacterias beneficiosas superan ampliamente la cantidad de bacterias patógenas o potencialmente patógenas. En el reciclaje de nutrientes y residuos, la regulación de los gases atmosféricos y el mantenimiento de procesos metabólicos complejos en el ser humano, los microbios son indispensables. En 1997, un estudio estimó en $35 billones de dólares la contribución de los microbios a la economía global, tres veces el producto interno bruto mundial de ese año.

Un adulto sano alberga unos 100 billones de bacteria solamente en su intestino, cantidad diez veces mayor al número de células «humanas». Mientras que el óvulo y el esperma humanos aportan cerca de 22.000 genes diferentes al cuerpo, el microbioma (como se conoce al conjunto de comunidades bacterianas en el cuerpo) contribuye con 8 millones de genes adicionales, es decir, 360 veces más que los humanos.

Entre los microbiólogos, existe consenso mundial para considerar al microbioma como otro órgano del cuerpo humano. Su peso (un kilogramo o más) es similar al del cerebro humano y al de otros órganos.

Tanto los antibióticos cuanto la resistencia bacteriana, existen naturalmente en el ambiente y son parte de un proceso milenario evolutivo. Existe un intercambio dinámico constante de material genético entre las diferentes especies bacterianas en la naturaleza, proceso que ha sido acelerado con el advenimiento de los antibióticos producidos por la industria.

Convencionalmente, los antibióticos han sido definidos como “las substancias producidas por un microorganismo (sea bacteria u hongo) que en una solución diluida tienen la capacidad de inhibir o eliminar otro microorganismo (como un germen patógeno)”. De acuerdo con ciertos investigadores, este concepto está basado en un conocimiento escaso de la ecología y la biología de los compuestos orgánicos de bajo peso molecular. Por ejemplo, según Julian Davies, la modulación de los patrones de transcripción celular representa una función normal de una vasta mayoría de los productos naturales de bajo peso molecular, incluidos los antibióticos. «Quizás en el contexto de las propiedades de las moléculas pequeñas fuera de su ambiente natural, es más adecuado decir que ‘un antibiótico es un agente terapéutico producido por una compañía farmacéutica», sostiene.

Hoy en día, a causa de la producción a escala industrial, el planeta utiliza antibióticos en cantidades y concentraciones mayores a las que se encuentran en la naturaleza, desencadenando fenómenos evolutivos y microbiológicos que todavía no son entendidos en su totalidad.

La actividad humana, incluida la urbanización, el uso de nuevos químicos como biocidas y los intentos de esterilizar los espacios que habitamos con desinfectantes comerciales, está creando nuevos nichos ecológicos para que las bacterias resistentes prosperen. Los lugares con alto uso de antibióticos o contaminación, tales como sistemas urbanos de aguas residuales, hospitales y sitios de producción farmacéutica, son excelentes caldos de cultivo para el crecimiento de bacterias resistentes y/o para la circulación de genes que confieren resistencia.

En los Estados Unidos, los Centros para Control y Prevención de Enfermedades (CDC) estiman que cerca de 1,7 millones de infecciones asociadas a la atención de salud (IAAS), son causadas por microorganismos de todos los tipos, incluidas bacterias, y causan o contribuyen a 99.000 muertes anuales. Las IAAS son la sexta causa de muerte en los Estados Unidos, superando a las muertes por diabetes, influenza/neumonía y Alzheimer. Una gran proporción de los antibióticos se utilizan con fines no terapéuticos en la ganadería o la agricultura, produciendo contaminación de la cadena alimentaria con el consecuente desarrollo de resistencia bacteriana tanto en el cuerpo humano como en el medio ambiente.

Los antibióticos sirven para tratar infecciones producidas por bacterias, que son los organismos vivos más antiguos y más numerosos del planeta, poseedores de mayor diversidad de especies, más que ninguna otra clase de ser vivo. La innovación científica en materia de antibióticos ha encontrado, en décadas recientes, un obstáculo en el gran número y la velocidad con que las mutaciones bacterianas ocurren o la infinita habilidad que poseen las bacterias para desarrollar mecanismos de resistencia para enfrentar los nuevos métodos para eliminarlas o desarmarlas(16). Sin un entendimiento más profundo de los procesos y los elementos de la ecología bacteriana, los nuevos tratamientos para las infecciones pueden tener vidas muy cortas.

Cada vez está más claro que el tratamiento de las infecciones con antibióticos es sólo la mitad de la historia cuando de lidiar con una enfermedad se trata. La otra mitad es el rol que juega el sistema inmune del cuerpo. El delicado balance entre la inmunidad y la infección necesita ser tomado en cuenta antes de considerar el uso de cualquier antibiótico. Otras perspectivas médicas que enfocan la habilidad del huésped para protegerse a sí mismo necesitan ser exploradas, en lugar de obsesionarse con “eliminar” al “patógeno”.

En esencia, el punto es que los procesos involucrados en la infección, la resistencia o incluso la recuperación del cuerpo humano son parte de sistemas muy dinámicos y no lineales, similares a los de cualquier proceso ecológico. Desafortunadamente, la medicina moderna, a menudo, trata al cuerpo como un dispositivo mecánico que debe ser “reparado” o “rediseñado” y que contiene partes que pueden ser “reemplazadas”.

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