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Un abultado número de estudios recientes demuestran que las bacterias actúan, la mayor parte del tiempo, no como individuos, sino como comunidades, incluso comunicándose entre ellas para decidir su curso de acción, lo cual indica la necesidad de una perspectiva ecológica para lidiar con ellas.
Los microbios son los organismos vivientes más antiguos y numerosos de la Tierra. Se estima que el peso combinado de todos los microorganismos alcanza un 80% de la biomasa de la Tierra. En cierta manera, todas las especies “visibles” se encuentran flotando en un mar de microorganismos “invisibles”, siendo estos últimos fundamentales en la evolución de los primeros.
La actividad microbiana es esencial para la supervivencia de la vida en el planeta y la cantidad de bacterias beneficiosas superan ampliamente la cantidad de bacterias patógenas o potencialmente patógenas. En el reciclaje de nutrientes y residuos, la regulación de los gases atmosféricos y el mantenimiento de procesos metabólicos complejos en el ser humano, los microbios son indispensables. En 1997, un estudio estimó en $35 billones de dólares la contribución de los microbios a la economía global, tres veces el producto interno bruto mundial de ese año.
Un adulto sano alberga unos 100 billones de bacteria solamente en su intestino, cantidad diez veces mayor al número de células «humanas». Mientras que el óvulo y el esperma humanos aportan cerca de 22.000 genes diferentes al cuerpo, el microbioma (como se conoce al conjunto de comunidades bacterianas en el cuerpo) contribuye con 8 millones de genes adicionales, es decir, 360 veces más que los humanos.
Entre los microbiólogos, existe consenso mundial para considerar al microbioma como otro órgano del cuerpo humano. Su peso (un kilogramo o más) es similar al del cerebro humano y al de otros órganos.
Tanto los antibióticos cuanto la resistencia bacteriana, existen naturalmente en el ambiente y son parte de un proceso milenario evolutivo. Existe un intercambio dinámico constante de material genético entre las diferentes especies bacterianas en la naturaleza, proceso que ha sido acelerado con el advenimiento de los antibióticos producidos por la industria.
Convencionalmente, los antibióticos han sido definidos como “las substancias producidas por un microorganismo (sea bacteria u hongo) que en una solución diluida tienen la capacidad de inhibir o eliminar otro microorganismo (como un germen patógeno)”. De acuerdo con ciertos investigadores, este concepto está basado en un conocimiento escaso de la ecología y la biología de los compuestos orgánicos de bajo peso molecular. Por ejemplo, según Julian Davies, la modulación de los patrones de transcripción celular representa una función normal de una vasta mayoría de los productos naturales de bajo peso molecular, incluidos los antibióticos. «Quizás en el contexto de las propiedades de las moléculas pequeñas fuera de su ambiente natural, es más adecuado decir que ‘un antibiótico es un agente terapéutico producido por una compañía farmacéutica», sostiene.
Hoy en día, a causa de la producción a escala industrial, el planeta utiliza antibióticos en cantidades y concentraciones mayores a las que se encuentran en la naturaleza, desencadenando fenómenos evolutivos y microbiológicos que todavía no son entendidos en su totalidad.
La actividad humana, incluida la urbanización, el uso de nuevos químicos como biocidas y los intentos de esterilizar los espacios que habitamos con desinfectantes comerciales, está creando nuevos nichos ecológicos para que las bacterias resistentes prosperen. Los lugares con alto uso de antibióticos o contaminación, tales como sistemas urbanos de aguas residuales, hospitales y sitios de producción farmacéutica, son excelentes caldos de cultivo para el crecimiento de bacterias resistentes y/o para la circulación de genes que confieren resistencia.
En los Estados Unidos, los Centros para Control y Prevención de Enfermedades (CDC) estiman que cerca de 1,7 millones de infecciones asociadas a la atención de salud (IAAS), son causadas por microorganismos de todos los tipos, incluidas bacterias, y causan o contribuyen a 99.000 muertes anuales. Las IAAS son la sexta causa de muerte en los Estados Unidos, superando a las muertes por diabetes, influenza/neumonía y Alzheimer. Una gran proporción de los antibióticos se utilizan con fines no terapéuticos en la ganadería o la agricultura, produciendo contaminación de la cadena alimentaria con el consecuente desarrollo de resistencia bacteriana tanto en el cuerpo humano como en el medio ambiente.
Los antibióticos sirven para tratar infecciones producidas por bacterias, que son los organismos vivos más antiguos y más numerosos del planeta, poseedores de mayor diversidad de especies, más que ninguna otra clase de ser vivo. La innovación científica en materia de antibióticos ha encontrado, en décadas recientes, un obstáculo en el gran número y la velocidad con que las mutaciones bacterianas ocurren o la infinita habilidad que poseen las bacterias para desarrollar mecanismos de resistencia para enfrentar los nuevos métodos para eliminarlas o desarmarlas(16). Sin un entendimiento más profundo de los procesos y los elementos de la ecología bacteriana, los nuevos tratamientos para las infecciones pueden tener vidas muy cortas.
Cada vez está más claro que el tratamiento de las infecciones con antibióticos es sólo la mitad de la historia cuando de lidiar con una enfermedad se trata. La otra mitad es el rol que juega el sistema inmune del cuerpo. El delicado balance entre la inmunidad y la infección necesita ser tomado en cuenta antes de considerar el uso de cualquier antibiótico. Otras perspectivas médicas que enfocan la habilidad del huésped para protegerse a sí mismo necesitan ser exploradas, en lugar de obsesionarse con “eliminar” al “patógeno”.
En esencia, el punto es que los procesos involucrados en la infección, la resistencia o incluso la recuperación del cuerpo humano son parte de sistemas muy dinámicos y no lineales, similares a los de cualquier proceso ecológico. Desafortunadamente, la medicina moderna, a menudo, trata al cuerpo como un dispositivo mecánico que debe ser “reparado” o “rediseñado” y que contiene partes que pueden ser “reemplazadas”.