Mario Giampietro – The Magic Nexus
La actual crisis de coronavirus ha tenido éxito donde el cambio climático ha fallado: nos ha hecho conscientes de las deficiencias del sueño cartesiano de predicción y control. La idea de que nuestra sociedad puede controlar los eventos mediante el uso de la ciencia y la tecnología ha perdido repentinamente su credibilidad.
En la Iglesia del Carmín en Nápoles, el Crucifijo de los Milagros, usado en 1600 para proteger la ciudad contra la peste negra, ha reaparecido en el altar principal. Para algunos, el crucifijo se ha convertido en un medio más efectivo para combatir el estrés asociado con la pandemia de COVID-19, que el consejo científico dado por expertos.
A medida que el virus amenaza directamente nuestra propia vida, la inverosimilitud de la afirmación de que “todo está bajo control” se ha hecho evidente. El coronavirus nos ha demostrado cuán frágil es nuestra sociedad. Ahora nos hemos dado cuenta de que todo lo que nos importa, como visitar a la familia o tomar un café con un amigo, puede cambiar o desaparecer repentinamente.
Sin embargo, una lección importante que podemos extraer de la pandemia de COVID-19 es que, si surge la necesidad, es posible realizar cambios en nuestro estilo de vida y, lo que es más importante, en un período muy corto. En la actualidad, la sociedad está soportando las restricciones impuestas por los gobiernos con la esperanza de controlar el virus y volver a la normalidad. ¿Pero qué pasa si no habrá retorno a la normalidad? ¿Qué pasaría si esta crisis provocara cambios sociales duraderos (otro “cisne negro” -Taleb, 2007); ¿cambios que no estarán determinados por las grandes narrativas y planes sobre cómo arreglar el mundo (por ejemplo, el Acuerdo Verde Europeo), sino por una necesidad forzada de adaptarse a las nuevas circunstancias? Esta posibilidad inminente se suma a los sentimientos actuales de inquietud y miedo.
El sueño cartesiano de predicción y control, es exactamente lo que nos ha impedido hacer cambios en nuestras prácticas sociales, en respuesta a la amenaza del cambio climático. De hecho, actualmente es impensable que adoptemos nuevas soluciones sin asegurarnos de que podremos controlarlas. Pero, ¿qué sucede si la sociedad se da cuenta de que el “control total” es simplemente imposible? ¿Estamos condenados a hacer ‘más de lo mismo’, una solución tecnológica después de una solución tecnológica, hasta que nuestro sistema colapse y nos veamos obligados a aceptar soluciones alternativas?
La fragilidad de nuestra identidad
Nuestra identidad contemporánea, a la que me gusta llamarla ‘identidad cyborg’, nos la impone nuestra economía capitalista, así como los medios de comunicación y los influencers (hiperciclos de mensajes autorreferenciales). Ya no refleja la cultura y las tradiciones transmitidas de generación en generación. Como consecuencia, nuestra identidad se ha vuelto cada vez más superficial y vulnerable a perturbaciones como la pandemia de COVID-19. Nos estamos volviendo cada vez menos capaces de manejar ‘la tragedia del cambio’. Para luchar, resistir y adaptarnos al cambio, debemos tener una comprensión clara y compartida de quiénes somos y hacia dónde queremos ir. Una identidad frágil dificulta las decisiones sobre lo que estamos dispuestos a perder, para preservar lo que nos gustaría conservar. Cada vez somos más incapaces de ver, y mucho menos enhebrar el difícil camino a través del cambio.
La tecnología no es rival para la naturaleza.
En la película de 1953 “La guerra de los mundos”, la Tierra es atacada por naves espaciales de Marte. El ejército estadounidense emplea sus mejores armas, pero no puede competir contra la tecnología marciana. Después de varias derrotas, el ejército de los EE. UU. decide dejar caer lo mejor que tiene, una bomba atómica; pero, lamentablemente, también este último recurso falla. Cuando los humanos se resignan a su destino, ocurre un milagro. Las naves marcianas comienzan a estrellarse en el suelo, sus ocupantes han sucumbido a una infección viral. El narrador concluye la película diciendo: “[…] los marcianos fueron destruidos y la humanidad fue salvada por las cosas más pequeñas que Dios, en su sabiduría, había puesto sobre esta Tierra …”; ¡un virus!
La moraleja es que la tecnología no es rival para la naturaleza. La visión de Descartes de la humanidad como “maestros y poseedores de la naturaleza” debe ser modificada por la máxima de Bacon: “la naturaleza, para ser ordenada, debe ser obedecida”. Amigo o enemigo, los virus son parte de la naturaleza y debemos aceptar vivir con ellos.
¿Podemos evitar el colapso de sociedades complejas?
La incapacidad de nuestros sistemas de atención médica para manejar la crisis COVID-19 bajo un modo de ‘predicción y control’, confirma la preocupación de Joseph Tainter (1988) sobre el riesgo de complicar en exceso la estructura funcional de la sociedad. Es imposible que las sociedades garanticen predicción absoluta y control sobre todas las posibles perturbaciones futuras. Como consecuencia, la asignación de recursos, bajo tal supuesto, puede no ser una elección acertada. Puede ser más útil gobernar la sociedad utilizando estrategias basadas en: (i) monitorear y anticipar, considerando percepciones no equivalentes de nuestra interacción con la naturaleza, basadas en los sentimientos y preocupaciones de la comunidad de pares extendida (y no solo en base a datos generados por científicos expertos); (ii) preservar la diversidad de prácticas sociales en la sociedad, para impulsar la adaptabilidad.
El papel de la ciencia en la gobernanza.
Además de satisfacer nuestra curiosidad, se espera que la ciencia brinde a la sociedad información útil para guiar los procesos de toma de decisiones y, de esta manera, reducir el estrés de sus ciudadanos. Sin embargo, la pandemia de COVID-19 ha demostrado claramente que la ciencia no siempre cumple con estas expectativas. Puede proporcionarnos información esencial sobre los mecanismos del brote epidémico, pero no nos proporciona, por ejemplo, una solución sobre cómo lidiar con la escasez de ventiladores necesarios, para tratar a los pacientes con COVID-19. La ciencia no puede ayudarnos a decidir qué preocupaciones, miedos y necesidades debemos priorizar. En el sueño cartesiano, la ciencia pretende reducir el estrés controlando el mundo y calculando el riesgo. No reconoce que el peligro (por ejemplo, la muerte) es una parte inevitable de la vida (Saltelli y Boulanger, 2020).
Hasta la fecha, la ciencia se ha utilizado predominantemente para mejorar selectivamente la calidad de vida de algunos grupos sociales, proporcionándoles una ventaja sobre la competencia y reemplazando a la religión como fuente de legitimación de su poder. Con la pandemia de COVID-19, las expectativas sobre la ciencia están perdiendo su credibilidad, incluso para los pocos seleccionados. Como resultado, los ciudadanos más reflexivos han comenzado a repensar la validez del sueño cartesiano, mientras que otros se han abastecido de papel higiénico.
Mario Giampietro – The Magic Nexus
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