Los días 11 y 12 de abril en Chimantenango se dieron cita decenas de personas de comunidad que venían de todos los rincones de país, trayendo muestras de maíz negro, blanco, amarillo, morado; herencia de sus antepasados, y que ha sido conservado, sembrado y compartido desde hace varias generaciones. El objetivo fue evaluar si su maíz estaba (o no) contaminado con transgénicos.
En el mundo se ha sembrado maíz transgénico desde finales de la década de 1990, y América Latina ha sido una de las zonas donde se ha adoptado con mayor agresividad. Se ha manipulado el genoma del maíz, para que éste adquiera tolerancia a una gama de herbicidas, especialmente el glifosato, de tal manera que en un contexto de monocultivos (donde irremediablemente surgen malezas difíciles de erradicar) se pueda aplicar indiscriminadamente estas sustancias tóxicas, sin que se afecten los cultivos de maíz.
Otra manipulación que ha sufrido este cultivo, es la incorporación en su genoma de toxinas provenientes de bacterias con propiedades insecticidas. De esa manera, el maíz se transforma en una planta que produce sus propios venenos. A este maíz transgénico se lo conoce como maíz Bt.
En Centroamérica está permitido el cultivo de maíz transgénico en Honduras donde hay 55 mil hectáreas de maíz Bt y tolerante a glifosato; y en Costa Rica, donde sólo está permitido la producción de semillas. Sin embargo, el polen no conoce fronteras; tampoco las abejas que vuelan por los aires hondureños, guatemaltecos, ticos, llevando en sus patas granos de polen que podría ser de maíz transgénico. Tampoco se descarta que en algunos lugares se esté sembrando maíz transgénico de manera ilegal…
Hay temor también de las nuevas biotecnologías que están ingresando a los países, saltándose cualquier prohibición o medidas regulatorias impuestas a los cultivos transgénicos.
Ahí la necesidad de hacer pruebas de comprobar si el maíz nativo está o no contaminado genéticamente.
Las hijas e hijos de Guatemala están hecho de maíz. Así lo dice el sagrado libro del Popol Vuh, que relata que con el maíz fueron formados: su cuerpo y huesos están hechos de masa de maíz y en agradecimiento a este gesto, aprendieron a labrar la tierra y darle vida con la siembra del maíz. Ahí radica la gravedad de una eventual contaminación del maíz.
Con el maíz en sus manos, unos molinillos de café y los instrumentos científicos para realizar a prueba, una a una, cada persona evaluó personalmente su maíz. Las pruebas fueron sólo para maíces tolerantes a glifosato, que constituye el 88% del maíz sembrado en todo el mundo.
Con lágrimas en los ojos por la alegría del resultado, pudieron constatar que su maíz era bueno, que no estaban contaminado.
El haber encontrado que no había contaminación del maíz redobló el compromiso de quienes participaron en este encuentro de reforzar el cuidado de sus maíces, de sus milpas y sus territorios.
El encuentro finalizó con una declaración que puede leerse en:
https://www.biodiversidadla.org/Recomendamos/Pronunciamiento-publico-del-Seminario-de-Soberania-Alimentaria-2025-Cuidamos-y-defendemos-las-semillas-para-la-continuidad-de-la-vida